Pinar del Rio, una ciudad en movimiento

 

 

Los cubanos que peinan canas, estén en la Isla o fuera de ella, saben que en la Cuba de antes a la provincia más occidental, Pinar del Río, llamaban La Cenicienta. No hay que explicar por qué. El mundo conoce la triste historia de la bella y hermosa joven que obligada por la pobreza sufrió en demasía hasta que un buen Príncipe la rescató de las penurias.

    Hoy vemos que desde Estados Unidos, gracias a una unilateral y jurídicamente ilegal ley con carácter extraterritorial que el Imperio ha dictado contra Cuba, muchos los que un día huyeron del país y por sesenta años han llorado sin haber tenido los overocos suficientes para pelear por lo que ahora, bajo el ala acerada de Donald Trump, reclaman como suyo sin tener siquiera que mojarse los pies. Con ambiciosa y alegre exaltación aplauden la injusta y torcida ley y acusan al bizarro Príncipe de receptor de cuanta malignidad exista en el mundo. Quisieran desprincipiarlo y hacer que la Cenicienta regrese a los tiempos de antes de 1959. Y lo de la Cenicienta es un decir, sino recuerden también a la antigua provincia de Oriente o zonas de la misma Capital.

      El engendro jurídico se llama Artículo III de la Ley Helm Burton y lo traigo a colación porque en un arrinconado archivo de la computadora topé con un texto de Heidy Pérez Barrera, licenciada en periodismo de la Universidad de Pinar del Rio y recordé que en los tiempos en que a la Cenicienta no había llegado su Príncipe, en Cuba solo habían dos universidades, la de La Habana y la de Santiago de Cuba, mientras que actualmente existen más de medio centenar y todas gratuitas.

     Como desordenadamente acostumbro, a veces archivo material que después olvido. Pero en éste me detuve al ver el nombre de Juan Carlos Rodríguez y estuve seguro que la autora era del equipo de redacción del periódico Guerrillero. Era parte de una entrevista al Historiador de la Ciudad de Pinar del Río.

     Juan Carlos, con conocimiento y precisión señalaba que si se hiciera efectiva esa ley tan antijurídica y anticubana se eliminaría la Reforma Agraria y los campesinos perderían el derecho a la tierra que tienen. Los nueve centrales azucareros de la provincia regresarían a sus antiguos dueños y la miseria del tiempo muerto tornaría para miles de trabajadores del campo. Connotados señores impondrían de nuevo alquileres en los repartos Villamil, La Flora, Llamazares, Vélez, Calero y, entre otros no mencionados, el de Carlos Manuel, que fue el de este cronista, quien muy bien recuerda su callejuela de indigentes –copia provinciana del Reparto de las Yaguas habanero–frente al Instituto de Segunda Enseñanza luego de cruzar el terreno de pelota y la pista que lo circunvalaba, y las dos tristes cuarterías, la de Faustino y la de María, sitios de verdadero desamparos humano que, por supuesto, ya no existen y donde tantos infelices pasaban verdaderas penurias hasta que llegó la Revolución. Llegó con sus barbudos y aquellos niños descalzos y descamisados que correteaban por las estrechas callejas de tierra bajo tenderas de trapos restregados en bateas arrinconadas frente a los tugurios en que vivían, pudieron descubrir La Rampa, el Capitolio y el famoso Malecón habanero porque ahora les fue posible estudiar hasta en la Universidad.

     Significaría, explicó Juan Carlos, regresarle a los norteamericanos las minas de cobre de Matahambre, antiguas fábricas, cientos de vegas de tabaco reconocidas como las mejores del mundo y que en tiempos de la Cenicienta muchas pertenecían a la Cuban Land Company, internacional y geófaga empresa asentadas desde finales del siglo XIX en Las Martinas y luego, desde 1903, en la zona de Vivero, en San Juan y Martínez.

     Como bien explica el historiador, Pinar del Río perdería la obra construida en 60 año y se pregunta si alguien va a creer que donde se han levantado hoy más de 600 escuelas, más de 192 consultorios de salud, más de cinco hospitales, policlínicos y cientos de unidades productivas, así de fácil todo eso va a ser regalado.

     El historiador cita ejemplos, como el de “José Manuel Cortina, que tenía más de 1400 caballerías de tierras y un número importante de haciendas,” el de Los Ferro, “poseedores de más de 3,200 caballerías, con dos centrales azucareros, sobre todo en el sureño polo arrocero de Los Palacios, donde instalaron un molino, y dueños de decenas de vegas de tabaco, de la industria La Conchita, una refinería, una aseguradora y acciones en la red comercial de almacenes y transportistas, con inversiones importantes en La Habana.”

      “Simeón Ferro Martínez era también accionista y miembro del Consejo de dirección del Banco Financiero, reconocido en el país por sus depósitos. Propietario de un almacén de víveres, vinos, licores y ferretería, dueño de los centrales San Cristóbal y la Francia, tenían una vivienda inmediata a la fábrica La Conchita, en la Carretera Central; su hermano Ángel Manuel era médico y adquirió Mil Cumbres, finca ganadera de 1000 caballerías en las inmediaciones de Guajaibón, fronteriza con la Hacienda Cortina. Su hermano Julio era socio de Víveres y Conservas Wilson S.A y de las Industrias Ferro, mientras que su otro hermano Sixto, era el administrador del almacén de víveres en Pinar del Río.”

      Bien dice el historiador: “Tenemos que llevar a la conciencia de los pinareños qué pudiera significar que Cuba fuera recolonizada. Si esto sucede volveríamos a ser aquella Cenicienta, sobrenombre que surgió del pueblo en alusión a la leyenda del cuento clásico francés.”

     Y este cronista aclara que no se trata de que todos esos ricachones señalados por Juan Carlos fueran en lo personal malas persona. Nada de eso. Era el sistema. Lo tradicional era ellos con yates, hijos estudiando incluso en el extranjero a la vez que tantos cientos de niños descalzos y aún con zapatos, lo mismo en la ciudad que en el campo, al pre universitario (dos para toda la provincia) no todos podían aspirar. 

     Datos concretos y muy significativos ofreció el historiador Juan Carlos Rodríguez cuando hoy hay quienes pueden olvidar por desconocimiento histórico que el Príncipe que rescató a nuestra Cenicienta fue un Robin Hood socialista. Y oportuno sería preguntar a esos blanquitos que se afilan los dientes en Miami: “¿Ven acá, tú crees que el negrón que se batió en Angola o Etiopía te va a devolver el apartamento del edificio donde vive y se va a ir para la calle con sus negritos? Lo más probable es que te diga: “Mire, señor, dé media vuelta con toda tranquilidad o tendré que despedirlo con un buena patadita en el trasero.” En cambio, si el  blanquito a las buenas visita Cuba y allá se enfermara, el médico, tal vez hijo de un zapatero remendón al que el título no le costó ni un centavo, lo curaría sin que esté obligado a darle ni un peso de esos que son 25 por CUC, o sea 25 pesos por un dólar, y, quizás, hasta a una Bucanero después lo invité para que desde en el portal del céntrico Hotel Vueltabajo, que antes se llamó Hotel Ricardo, vea pasar a los pinareños por la muy transitada calle San Juan 

     Allá la poderosa American Airlines si retira vuelos por dejarse meter miedo por un recién aparecido hijo o nieto de un muy cercano colaborador del dictador Fulgencio de Batista, que a tiros fue derrocado. Un descendiente que gracias al Capítulo III de un engendro político que irá a para al estercolero de la historia jurídica ahora se presenta nada menos que como hasta propietario del Aeropuerto Internacional José Martí. Allá las poderosa American Airlines. Allá Delta. Allá Jet Blue. Allá ellos. Pero con la gente de la antigua Cenicienta mejor que no se metan.

     Les habló, para Radio Miami, Nicolás Pérez Delgado.