Para dolor y fracaso de Washington, de la OEA y de ciertos exilados, las protestas anti gobiernos no fueron en Cuba, donde tanto las alientan. Se dieron donde no deseaban, como la de la foto, en Chile, como igual ocurrió en Colombia y otras naciones neoliberales donde los pueblos clamaban por salud, educación, pensiones, medio ambiente y hasta por cambio de Constitución.
Hace unos días que regresé de Cuba. Callejeando anduve por La Habana y por Pinar del Río y asombrosamente en ninguna de las dos ciudades encontré asomos de lo que antes de partir leí en la prensa miamense, vi en noticieros de televisión, escuché en la radio y muy a lo papagayo en la voz de algunos compatriotas.
La Isla en llamas. Otro Período Especial. No había guaguas y policías con mala cara controlaban los tumultos de los ansiosos pasajeros en las paradas. Basureros en casi todas las esquinas. El presidente designado, como en burla llaman a Díaz Canel, viviendo la dulce vida. Colas inmensas en medio de broncas para adquirir alimentos. Apagones de día y de noche. Y, por supuesto, la acostumbrada y brutal represión policial.
Sin embargo, de ese clima de novelón de horror político nada advertí y eso que me moví por toda La Habana y casi siempre en las guaguas con pasaje de cuarenta centavos, las que al cambio de un CUC, que es un dólar, podía abordar como en 60 ocasiones diferentes. Digo casi siempre porque dos o tres veces tomé las de cinco pesos, es decir, en las que un dólar daría para viajar cinco veces. Eso sí, en las horas picos todas iban atestadas y en las de cuarenta centavos los apretujados pasajeros tenían que meter hombro y empujar hacia las puertas cuando llegaban a sus paradas. En las otras, que tienen mullidos asientos de ómnibus interprovinciales y donde no se paga al subir, sino al bajar, no resultaba así, pues no llevan pasajeros de pie. Además, había modernas guagüitas llamadas taxis ruteros y, como siempre, los almendrones particulares.
Es cierto que nueve meses atrás, durante mi anterior visita, el transporte público era mejor, pues el presidente Trump, asesorado por su grupito de cobardes cubanos de la ultraderecha, todavía no había aprobado, entre otros acosos, perseguir a los barcos que transportan petróleo a Cuba, lo cual ahora hace con una intención similar a la de los submarinos nazis que torpedeaban a los mercantes aliados durante la Segunda Guerra Mundial para ahogar a Inglaterra y a la Unión Soviética. Y como me he referido a un “grupito de cobardes cubanos,” sobre ellos volveré más adelante, pues tienen que ver con el título de esta crónica.
¿Cómo es posible que en Miami mientan tan a la ligera sobre lo que ocurre en Cuba?, me decía y en todo sitio abría bien los ojos y los oídos para que no se me fuera a escapa cualquier hecho de descontento político y juro que ni uno escuché. Apenas vi policías y algunos me parecieron algo endebles junto a sus brillantes motos parados en una esquina conversando con una vecina. Tal vez el poli le estaba fajando. Las silenciosas motos eléctricas y las ruidosas de combustión internas ruedan por miles y cuando ponen la roja en un semáforo las colas de autos en espera de la verde a veces eran hasta de dos cuadras, como vi en 23, Línea y Paseo. El número de turistas, tal vez por las nuevas y abusivas restricciones del presidente norteamericano o por ser finales de noviembre, era algo menor que en mi viaje anterior, pero gozosos los veía pasar en convertibles de los años cincuenta que parecen recién salidos de las fábricas.
A menudo, en la calle Línea, frente al Teatro Mella, en el portalón de una casa convertida en modesto paladar me comía unos excelentes y abundantes espaguetis con cebolla al precio de diecisiete pesos; los de jamón, veinte, a poco más de medio CUC. Eso sí, tenía que comer de pie el espagueti o la pizza, que también había, y eran montones los estudiantes de una Secundaria Básica cercana que allí a diario acudían. Al lado había otro negocito privado que hasta bisteques de puerco ofrecía y donde en par de ocasiones me comí un sandwich de jamón, queso, tomate y pepino por cuarenta pesos, aunque los había también de atún, creo que diez pesos más costosos.
“¡Cuarenta pesos, cincuenta pesos!,” diría el senador Marquito Rubio desde Miami, donde tiene su público, o desde Washington, “¿Acaso todos los cubanos tienen esa cantidad para gastar en un sandwich?,” muy a lo político miamense preguntaría y yo le diría: “¿Marquito, tú no sabes que en Cuba no hay que destinar alrededor del 40 o el 50 por ciento del salario para el pago de la renta. Es más, la mayoría de la población no paga nada, la salud es gratuita aunque te operen a corazón abierto. Igual ocurre hasta con la educación universitaria y el salario medio oscila entre 776 y 1,067 pesos. Casualmente me encontré con un amigo de Cojimar, sitio donde Hemingway tenía su yate y bebía con los pescadores. Le noté un ojo ligeramente enrojecido y me contó que cogió una infección, fue al Hospital Naval, el oftalmólogo enseguida lo atendió y le recetó una pomada antibiótico que en la farmacia le costó solo 76 centavos de peso cubano, de los que te dan 25 por un dólar. ¿Llegaría a tres centavos de dólar el precio del antibiótico?
Por supuesto, la ultra derecha miamense no quiere ver nada de esto. Solo desea que se incremente el bloqueo extraterritorial e ilegal que Washington impone a la Isla. Que no llegue ni una gota de petróleo. Que el país se paralice por completo. Que no entren siquiera medicinas ni implementos médicos, sin importar que niños mueran a causa de enfermedades que podrían ser curadas. Que se impida que las fábricas y la agricultura exporten en busca de divisas. Quieren que se pase hambre. Que se carezca de todo. Que se sufra al extremo para ver si la gente al fin se lanza a las calles como ocurre en Chile, Colombia, Haití, Ecuador o hasta en la ilustrada Francia.
Pero eso no ocurre aunque la cerveza Cristal o Bucanero, como en esos días de mi viaje, falte en algunos sitios puntos de reunión de alegres paisanos. Freddy Moro, un viejo periodista y amigo, me invitó a una cerveza. Yo le dije: “Vamos al Hotel Colina, que me dijeron allí siempre hay.” Pero era mediodía, había calor y no quisimos caminar cuatro o cinco cuadras y cruzamos la calle y entramos al conocido restaurante El Cochinito y en su arbolado patio disfrutamos de unas heladas Cristal servidas a granel mientras analizando los problemas del mundo abordamos las gigantescas protestas que ya señalé. Protestas y huelgas de semanas enteras, con muertos, heridos y detenidos también a granel sin que a la OEA le causara mayor preocupación mientras se hacía cómplice del artero golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia, el cual seguramente de nuevo llevará en ese país a que casi el 70 por ciento de su población, la indígena, sea la última carta de la baraja.
Claro que en Cuba problemas hay. ¡Cómo no haberlo con el aplastante peso de un bloqueo económico de sesenta años y últimamente recrudecido! No obstante –será porque en la Isla no imperara el sistema neoliberal– la vida sigue igual, como dice la canción, y si no igual casi igual, y Cuba no se arrodilla. Debido al bloqueo faltan muchos insumos que llegaban del exterior, entre ellos hasta medicinas. Indisciplinas sociales también hay. Cualquiera planta un altavoz en una esquina y no deja dormir a los vecinos. A veces en la ferretería no se encuentra la llave que se nos rompió en el baño y al doblar de la esquina de la misma ferretería alguien la ofrece, claro que más costosa. A veces falta la ristra de ajo en el agro del mercado estatal y el carretillero te vende al precio que le da la gana la ristra que de allí sacó. Cuestiones éstas, y otras, en que sin dudas hace falta que se aprieten clavijas, como dice la gente en la calle.
Pero cerremos la crónica y aclaremos lo de cobardes cubanos. José Martí, quien en un aniversario por el nacimiento de Simón Bolívar, desde una tribuna en la Quinta Avenida de New York a todos encantaba con su oratoria, de pronto calló, tomó aliento, sus ojos relampaguearon y casi en un grito exclamó: “Señores, el que tenga patria que la honre; y el que no, que la conquiste.”
Frase que mucho debía abochornar en Miami, donde por radio, televisión, prensa escrita y en la calle, desde hace décadas y a diario, tal vez demasiados cubanos tratan de deshonrar a la patria que los vio nacer criticando con malévolo encono todo lo que hace su gobierno, pero sin el valor de ir a combatir a ese gobierno que ellos dicen todo el pueblo repudia. Si fuera como ellos dicen y contando, como cuentan, con el total y poderoso apoyo de Washington, sus triunfos serían seguros en la Sierra Maestra, el Escambray, en la Cordillera de los Órganos y en las ciudades, apoyo que no tuvieron los patriotas de 1895 o los revolucionarios anti machadistas y anti batistianos que a pecho abierto se batieron empujados solo por auténticos ideales, ideales reales y verdaderamente justos, no dictados por y desde una gran potencia extranjera.
Les habló para Radio Miami, Nicolás Pérez Delgado.
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Agustín Borrego Torres:
Como dijo nuestro presidente TIRARON A MATAR PERO ESTAMOS VIVOS.
diciembre 24, 2019Fran Mesa:
Buenos comentarios para los países del sur, que están en lucha por sus derechos.
diciembre 27, 2019