Ángel Castro podría haber sido perfectamente un poeta, porque trajo luz al mundo
Ángel vino al mundo en una España de caciquismo y oligarquía en la que no había espacio para todos. Esa España pobre maltratada por los ricos, frustrada ante tantos problemas que había que resolver, y que los escritores de la Generación del 98 expusieron acertadamente en su obra.
España moría y estos intelectuales, contemporáneos en edad con Ángel, se vieron obligados a rescatarla en el plano culto. Hombres de la talla de Miguel de Unamuno, del maestro sevillano Antonio Machado. Mentes ávidas que tanto legado dejaron. Un grupo de pensadores nacidos entre el 1864 y el 1876, pero no todos en la España de aquella época, podían dedicarse a estas artes.
Ángel Castro podría haber sido perfectamente un poeta, porque trajo luz al mundo ¿Y qué es la poesía sino luz para el alma y los sentidos? Pero él escogió otro camino, el de muchos valientes sin medios, a los que no les quedaba más remedio que dejar su tierra para buscar una vida mejor que la de su España yerma en patria y alma. Él no iba a las tertulias como Pío Baroja, Azorín o Ramiro de Maeztu. Ángel no escribía para el pueblo. Ángel se ensuciaba las manos trabajando la tierra, entre el pueblo. En su tierra y a la que más tarde llegaría, haciendo justicia en los retazos de los que oprimían a su pueblo y a su nueva tierra de acogida.
Y llegó para quedarse. Fue el mejor maestro de sus hijos. Porque enseñó haciendo, en silencio, con su ejemplo. Muchas veces los mejores maestros son los que más callados están.
Cuba había salido de una guerra de independencia que había dejado devastadas a muchas familias, empobrecidas después de tres años de guerra contra el despotismo de la corona española. La gente sufría calamidades y eran muchos los españoles que habían llegado a la isla con ansias de fortuna. Pero no era el caso de Castro, como le llamaban en la zona. Él empezó sin nada, y acabó construyendo una familia enorme, no solo en lo personal, sino también en el trabajo. De la nada y sin nada, levantó un proyecto profesional, que era humano, y donde todos tenían cabida. Mientras en otras explotaciones agrícolas se seguía tratando a los trabajadores como prácticamente esclavos, Don Ángel, como nos cuenta Katiuska Blanco que empezaron a llamarle, abría las puertas a haitianos, jamaicanos y a los cubanos más pobres.
En palabras de Katiuska Blanco: “Podían verlo y hablarle sin temores, sin que importara el sudor de la camisa gastada o el fango de las alpargatas. Siempre tenía labor para ellos, accedía a sus peticiones…Les ofrecía su consideración respetuosa y se compadecía de ellos, algo que Fidel nunca olvidó: sentía por Haití un profundo sentimiento de amor y admiración; primero por la valía de sus gentes a quienes había conocido de cerca y después, por la historia maravillosa e indómita de tal nación caribeña”.
Fidel y Raúl lo vieron desde pequeños. Su padre madrugaba para repartir el desayuno al pie del trabajo. Ángel era un socialista, pero él no lo sabía. Sus hijos vieron en él el humanismo, el buen trato, la justicia, el amor, la igualdad. El elegir, teniendo una buena posición, ayudar al desfavorecido, y no solo ayudar, sino obligatoriamente otorgarle sus derechos que son inviolables y elementales. Todo esto se respiró en Birán, lo traía Ángel, y su esposa, Lina, también con orígenes andaluces en su sangre, reforzaba ese socialismo. Ese buen trato, ese buen hacer, de los humanos para los humanos.
Sin saberlo, Ángel Castro Argiz estaba siendo el artífice de la reconciliación histórica entre dos naciones, la cubana y la española. Siglos de colonización por parte de poderosos, que sometieron a ambos pueblos, el español y el cubano. La corona hizo daño, mucho. Sigue haciéndolo en menor medida. Pero en sistemas capitalistas, el pueblo jamás es ni forma parte de la clase de poder, desde el comienzo de la historia. Y Ángel fue parte de ese pueblo español humano, honesto, noble.
Llevó la luz, con Fidel y con Raúl, a una tierra preciosa que estaba hastiada de ser oprimida. Y que a día de hoy siguen avasallando algunos, porque la valentía de los pueblos genera mucho miedo. El pueblo, las personas, somos las herramientas de transformación de la historia. Las ideas, jamás las armas.
El derecho a la revolución es un derecho sagrado, y más en América Latina. A las revoluciones deben la existencia todos los países del continente. Por eso la palabra revolución es poder, es magia, es fortaleza, es unión, es empuje.
Y a eso, se le debe dar las gracias a Fidel. Porque si no fuera por él, y sus compañeros, el curso de la historia, y el ejemplo de Ángel, no habrían hecho la justicia que la humanidad pedía a gritos.
A la memoria de Ángel Castro Argiz.
Sin opiniones en esta entrada. Deje la suya.