
por Carlos Lazo
No. No me voy. Esta vez no voy a irme. No pierdan el tiempo. No me vuelvan a decir: “¡Vete de aquí!”. “¡Fuera de los Estados Unidos!”. “Lárgate para Cuba”. “¡Cállate!”. No. ¡Ni me voy, ni me callo!
Por estos días algunos hermanos extremistas me lanzan ofensas, amenazas y andanadas de odio, ¡mucho odio! Casi todas esas expresiones tienen un denominador común: decirme que me vaya de Estados Unidos. Eso es lo mismo que decirme que me vaya de mi casa. Sí, porque Estados Unidos es mi país, es mi casa.
Me exigen que regrese para Cuba. Hasta peticiones han hecho para que el gobierno de Estados Unidos me investigue, me expulse y me quite la ciudadanía.
¿Qué es lo que les molesta tanto? ¿Qué he hecho para que quieran desterrarme de la tierra donde he vivido más de la mitad de mi existencia?
Durante más de tres décadas en este país he trabajado honradamente. He fundado una familia. Serví como enfermero en una guerra. En Iraq, hace casi veinte años, entre bombas y metralla, salvé las vidas de soldados estadounidenses y de civiles iraquíes.
Es más, aquí me hice maestro. Llevo 15 años ejerciendo el magisterio en universidades y escuelas públicas. Por mi aula han pasado centenares de jóvenes norteamericanos. A ellos y a sus padres los considero como parte de mi familia. Como yo, muchos otros cubanoamericanos han hecho de este país su hogar.
¿Quién se siente en el derecho para expulsarnos de nuestra casa? ¿Por qué? ¿Porque pedimos el fin de las sanciones a la familia cubana? ¿Porque favorecemos el diálogo entre nuestro país natal y nuestro país adoptivo? ¿Porque llevamos leche en polvo a hospitales pediátricos en Cuba? ¿Porque le pedimos a Biden que cumpla lo prometido y levante sanciones? Si utilizan ese rasero, entonces tendrían que desterrar a los presidentes Carter y Obama. Ellos promovieron las buenas relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.
Cuando vinimos a los Estados Unidos no lo hicimos bajo el requerimiento de que dejaríamos de amar y auxiliar a la familia cubana. Es más, la mayoría vinimos aquí impulsados por las mismas razones por las que emigran tantas personas de cualquier lugar del mundo: ayudar a los que quedaron en la tierra natal.
Cuando emigramos no firmamos ningún documento donde nos comprometíamos a odiar a nuestros antiguos vecinos y apoyar la política de exterminio y asfixia que se ejerce sobre nuestro país de origen. Que yo sepa, a nadie le pusieron esa condicionante como requisito para ser aceptado en Estados Unidos. Si esa era una condición para dejarnos entrar, yo ni la vi, ni la firmé.
Hace años, en Cuba oía la misma frase que se repite hoy en esta orilla. “¡Qué se vayan!”. En aquellos tiempos, a quienes discrepaban o no se adaptaban al sistema les decían: “¡Qué se vayan!”.
Pero los tiempos van cambiando. La emigración masiva de cientos de miles de cubanas y cubanos es una sangría que fractura y debilita el alma nacional. Hoy, la nación en su conjunto parece susurrar un deseo: “Qué se queden”. Y si se van, “¡Qué regresen!”. Eso está bien. Las sociedades y los países prosperan y se ennoblecen cuando trabajan «con todos y para el bien de todos». Hace años, entre el “¡Qué se vayan!” y las penurias económicas, muchos de nosotros decidimos irnos de Cuba.
Pero esta vez hermanos míos, no nos iremos de Estados Unidos. Es nuestra casa. Yo estoy muy viejo para cargar maletas. Ni me voy, ni me callo. Cuando lo hice, llegué para quedarme.
Carlos Lazo
Organizador de Puentes de amor
12 de abril de 2023
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